La luz es uno de los factores que me parecen importantes a la hora de dar y recibir un masaje. El brillo fuerte de la luz me hace daño, siempre lo ha hecho, me estorba a la hora de mirar y sentir el entorno, pero eso es lo que debe suceder cuando hay fotosensibilidad, a los demás seres, pienso que los mantiene en estado de “funcionamiento”, en constante atención, por otro lado, la luz tenue nos permite ir relajando tensiones, nos hace sentir en un ambiente tranquilo y de confianza, permite que tomemos consciencia de nosotros y permitamos a los sentidos concentrarse en el propio cuerpo mientras la mente descansa.
Mi gusto personal a la hora de dar o recibir un masaje,
es utilizar una luz tenue y más amarilla, evocando la luz de las velas (si no queremos
usarlas), rememorando esa luz de atardecer, la luz que nos invita a descansar,
conectar con nosotros mismos, que complemente el ambiente transportándonos al
sitio seguro donde podemos simplemente descansar, soltar todas las tensiones
que nos acompañan y dejarnos envolver por el ambiente acogedor y el tacto delicado.
Una correcta selección de iluminación, música y aromas permitirá
obtener una experiencia única, creando el ambiente apropiado para que el
profesional haga uso de toda su habilidad para transportar al receptor hasta la
relajación total, brindando un cuerpo nuevo, física y emocionalmente, listo
para seguir adelante.